POSFACIO
La memoria excesiva nos agobia
(como nos enseñaron Nietszche y Borges) tanto como su pérdida. Porque la
memoria no es más que impuro movimiento, el perpetuo balanceo entre los abismos
simétricos del memorialismo y la página en blanco. Por eso este libro se
compone literalmente de restos: restos de un texto inconcluso (un diario que no
quiso ser), restos de una novela de formación (o la deformación de una novela),
restos de una vocación imposible (todo escribidor quiere ser poeta). Para ellos
sólo cabía el desmembramiento, y acaso la transmutación, que cifrara un retorno
o un nuevo comienzo: de ellos salieron –entre otras cosas– un capítulo
publicado en la revista El ojo mocho (2006), el borrador del guión de mi
película M (2007), una intervención para el ciclo “Manifiesto”, un poema
reescrito para la antología Si Hamlet duda le daremos muerte (2010), un
artículo para la revista En ciernes (2011), y ahora –tardíamente– estos
literales restos de restos, que sólo aspiran a darle un cierre a esas
viejas escrituras, y a la vez dejar la puerta abierta a lo que vendrá. Por eso
los primeros versos de mi vida (¿hace falta decir cuales?) se reúnen aquí con
los últimos (no hace falta decir cuales), sin que eso signifique salvarlos a todos
u obviar a los malos (ni obra incompleta ni antología). Lo que queda es una
selección (más que una decantación) de todas esas escrituras heterogéneas que
los preceden y –acaso– los seguirán. Me gusta pensar que, como fragmentos de
un tiempo perdido en la búsqueda, quizá dicen más que esa improbable obra
mayor, irremediablemente dispersa y generosamente secreta.
Nicolás
Prividera / Octubre de 2011